Romance de Bolero y Ron? ¿Qué es el romance? Normalmente un pequeño cuento en el cual todo permanece como te gusta. La lluvia no moja tu chaqueta, los mosquitos nunca pican en tu nariz y parece que siempre es primavera.
D.H Lawrence

Más allá de la denominación de origen de Vladimir Viloria sobre este libro que nació de la conferrumba “Romance de Bolero y Ron” en el marco de Caracas Ron Festival en noviembre del 2016, bien vale hurgar en la etimología de los componentes literarios del titular. La primera que salta a la vista es romance, como el preámbulo del enamoramiento total de dos personas, el chispazo de ese no sé qué, en la antesala del patíbulo del amor. Algo así como la garúa que anuncia el aguacero del placer, esa tempestad ineludible cuando las químicas de los cuerpos predicen la cópula final.

La otra nota, propiamente literaria, es el romance como canto lírico aunque originalmente épico, iniciados en el siglo XIV y principalmente en el siglo XV. Era una suerte de noticiero popular que “romanceaban” los últimos sucesos de las guerras y el amor. Se conserva gran número de romances viejos porque en los siglos XV y XVI, como sucedió con la lírica popular, se recopilaron en Cancioneros o Romanceros, como el Cancionero de Romances, publicado hacia 1547 o el Romancero General de 1600.

Según la teoría más admitida, -cuentan los cronistas-, los romances más viejos proceden de ciertos fragmentos de los antiguos cantares de gesta, especialmente atractivos para el pueblo, que los retenía en la memoria y después de cierto tiempo, desgajados del cantar, cobraban vida independiente y eran cantados como composiciones autónomas con ciertas transformaciones. En palabras de Menéndez Pidal: «Los oyentes se hacían repetir el pasaje más atractivo del poema que el cantor les cantaba; lo aprendían de memoria y al cantarlo ellos, a su vez, lo popularizaban, formando con esos pocos versos un canto aparte, independiente: un romance».

Más tarde, los juglares, – llevátelas Wikipedia-, dándose cuenta del éxito de los romances tradicionales, compusieron otros muchos, no desgajados de un cantar, sino inventados por ellos, generalmente más extensos y con una temática más amplia. Los autores desaparecen en el anonimato, y la colectividad, plenamente identificada con ellos, los canta, modifica y transmite. Estos últimos se conocen con el nombre de romances juglarescos.

A partir del siglo XVI hasta finales del XVII, muchos poetas cultos – Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo,. – componen también romances, a los que se les da el nombre de romances nuevos o artísticos que amplían y renuevan el contenido temático y los recursos formales. Durante el Romanticismo y en el siglo XX se conocerá una nueva floración de este tipo de romances cultos – Duque de Rivas, Zorrilla, Antonio Machado, Unamuno, Gerardo Diego, García Lorca, Alberti.

Pero sin ánimos de alardeos “wikipédicos” y aportes de las ilustres bibliotecas virtuales, vale citar a José Luís Alborg cuando señala: “…que el Romancero constituye la poesía nacional por excelencia: «un inmenso poema disperso y popular», que representa una de las pocas cumbres excelsas en la literatura universal, capaz de llegar al alma de todo un pueblo sin distinción de clases y sin necesidad de preparación intelectual”.

Creo que podemos calcar esa definición, «un inmenso poema disperso y popular», y calcarla al histórico bolero. A todas estas, se aparece el libro “Primera flor del romancero” que tomé prestado de la biblioteca de mi esposa Dilcia, que heredó a su vez de Daniela Ulián, nuestra querida amiga, hoy por Venecia. A partir de allí, y al buscarlo en la web para facilitar mi trabajo, ahí fue cuando se soltaron los caballos, porque me encuentro con un texto de José F. Montesinos en Bulletin hispanique hablándonos de un “Pedro Flores, compilador de un Ramillete de flores impreso en Lisboa en 1593, fue mucho más escrupuloso que los más de estos amontonadores de romances”.

Lo de Pedro Flores, es pura coincidencia, pero de pana que fue un gran estímulo para continuar. Era como si nuestro Pedro Flores, héroe popular y autor de Amor Perdido, mi himno personal, y de Obsesión, Perdón, Despedida y Hoy no he visto a Linda del repertorio de nuestro también querido Daniel Santos, fuera una reencarnación de aquel otro de 4 ó 5 siglos atrás.

Cuando encontramos: “En una fuente nos vimos de arboleda muy cercada, donde fui muy regalada e\ tiempo que alli estuvimos, y de cuanto alli hicimos… tan solamente confieso que a la miel me supo el beso”. O líneas románticas de profunda catadura como: “Culpa fue el querer miraros / pero tuviera disculpa ¡ si no pasará la culpa I de veros a desearos. / La culpa que cometí”… “Señora, assi te veas / como tú desseas, / que me escuches un poco J mientras acabo de boluermo loco. \ Comienzo en [por?] los cabellos”… “No ay auiso sin prudencia, \ ni bien donde no ay fauor, / ni celos do no ay amor, \ ni pena do no ay ausencia. \ No ay placer sin libertad”, no nos queda duda entonces que mejor título no pudiera haber tenido. Romance de bolero y ron.

Pero no se trata de darle una partida de nacimiento española al bolero cubano o para ser más precisos, a la estirpe caribeña del bolero, simplemente hurgar en los vasos comunicantes de la historia sentimental de la humanidad. Llena de “Flamencos, indios y negros y la nación española, risueños bailando muestran sus alegrías notorias”. (cita de Lope de Vega en Alejo Carpentier, en su texto Temas de la lira y del bongó”). Aunque no es el punto, Carpentier refiere en su libro La música en Cuba, que el bolero y el danzón devienen de la Contradanza, que viaja a su vez de la country dance inglesa vía Francia, a Haití para llegar finalmente a Cuba. Pero esa es otra historia que va más allá de nuestro romance de bolero y ron.

Ya es obvio que en esta reflexión “postmorten” nos quedamos con la acepción del romance en su deliciosa dimensión del amor. O si no que lo diga el escritor puertorriqueño Luis Rafael Sánchez, aquel del portentoso libro La guaracha del Macho Camacho: “El anglicismo romance, que suplanta de continuo una palabra tan sugestiva como idilio, ha tenido tanta fortuna que convida a una digresión. En el romance, en el idilio, la carnalidad se retrasa a propósito mediante un operativo de galanuras y delicadezas. Destacan éstas por el asedio floral, la cena a media luz, la música ambientalista que se proyecta desde la distancia considerable, el tono pianísimo.

El romance tramita la seducción casta, inquiere por la caricia que no pone a riesgo la decencia, perfila el noviazgo, el matrimonio, el affair, cuyo embrujo radica en el carácter de paréntesis, en su ocurrencia intensa pero fugaz. En resumen, el romance tiene el carácter de un preludio, el affair el de un interludio y el matrimonio el de un postludio. Con el mayor de los respetos afirmo que el matrimonio supone, quiérase o no, el final del juego”.

El bolero es el noticiero sentimental de las victorias y derrotas del corazón, y el ron es el catalizador del alma y combustible de las faenas eróticas. Romance es la flor del amor y donde decanta el bolero, el ron es la flor de la caña, de allí deviene entonces este ramillete de flores, ramillete de boleros y de rones. Valga entonces, recordar a Don Pedro Calderón de la Barca en el soliloquio más famoso del drama español; que ocurre al final del primer acto de La vida es sueño, cuando Segismundo piensa en la vida y en su suerte: “Yo sueño que estoy aquí/ destas prisiones cargado/ y soñé que en otro estado/ más lisonjero me vi/ ¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/ una sombra, una ficción/ y el mayor bien es pequeño/ que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son”.

Y aunque no tenga nada que ver, sirva para entrar en la segunda parte de este libro con “La vida es un sueño”… El bolero de arsenio, que es otra manera de seguir con el ramillete de boleros y rones.
“LA VIDA ES UN SUEÑO”

La primera vez que uno escucha Después que uno vive 20 desengaños qué importa uno más… se activa el personalizador de situaciones sentimentales y uno termina pensando: “Que es una raya más pa’ un tigre”. Y si el bolero sigue diciendo hay que vivir un momento feliz, hay que gozar lo que puedas gozar, porque sacando la cuenta, en total, la vida es un sueño. ¿Para qué más?

Ahora bien, no todos los boleros dicen lo que son ni sus inspiraciones son lo que parecieran ser. En Cuba, el hijo de Luis Marquetti me contaba que su padre nunca estuvo en un cabaré ni fue infiel y escribió “Plazos traicioneros”; o “Tú me acostumbraste”, de Frank Domínguez, fue dedicado a un hombre porque era gay.

El caso de Arsenio Rodríguez es más triste todavía, por su invidencia. Max Salazar cuenta en Herencia Latina: “La inspiración ocurrió en 1947 en Nueva York, en un examen de sus ojos con el Dr. Ramón Castroviejo, de los primeros en desarrollar trasplante de córnea. Miguelito Valdés le habló de Castroviejo, grabando en el Centro Hispánico de la Música. Según Mario Bauzá, Miguelito tenía conocimiento de una operación exitosa, en la que el doctor restauró la vista a una persona. Por tal razón Miguel nos solicitó a Macho, a Federico Pagani y a mí promover un baile, llamado El Rayo de Luz, para recoger fondos en el Hotel Diplomático con las bandas de Machito, Marcelino Guerra, Miguelito Valdés, Chano Pozo, Olga Guillot, Graciela, Daniel Santos y Xavier Cugat”.

El día de la verdad Chano, Miguelito, Olga Guillot y su hermano Raúl acompañaron a Arsenio a lo de Castroviejo, el examen demoró minutos y les dijo: “Por el momento es nada lo que puedo hacer para restaurarle la vista. El paso final en este tipo de operación es el trasplante de córnea, la cual está conectada con el nervio óptico. Su nervio está muerto”. Arsenio y sus amigos regresaron al apartamento de Mariana. Arsenio se tiró en la cama y tomó una siesta. Media hora después, Raúl oyó la voz de Arsenio: “Raúl… ven acá… trae papel y lápiz”. Raúl entró al cuarto, se sentó en el borde de la cama y Arsenio le dio instrucciones para escribir el bolero.

Hay muchas versiones. Recomiendo la de Willie Torres del disco Pachanga at the Caravana Club con Charlie Palmieri y su charanga La Duboney. La de Ismael Miranda y Jerry Rivas en un solar le ronca el mambo, la de Rosalía Montalvo en el disco Cumbanchando con Arsenio. La de Benny Moré solo y con Pedro Vargas. Bienvenido Granda con la Sonora Matancera y la de Watussi, para cerrar. Banquete musical pues. ¡Salud!
Ron Maestro Gabo Reserva Especial

Lo tuve en mis manos y por pena no me lo tomé. Fue en Bogotá en enero de 2020, en casa del escultor Octavio Martínez Charry, gran amigo mío y condiscípulo de la Pontificia Universidad Javeriana, en los años 70, que me había invitado a almorzar una pasta con mariscos, lo que por aquí llamamos Fideuá, que inventó según Wikipedia films, “Gabriel Rodríguez Pastor, cocinero de una embarcación pesquera del puerto de Gandía cambiase su receta del arroz a banda y, en vez de hacerla con arroz, añadiese fideos a su caldo de pescado. Este cambio se debió a que el patrón de la embarcación en la que trabajaba era un aficionado del arroz y muchas veces dejaba a sus marineros sin su ración correspondiente. Por este motivo el cocinero Rodríguez Pastor decidió cambiar el arroz por fideos”.

Así las cosas, el generoso Octavio ya había sacado sus mejores cervezas alemanas, hasta mi adorada Stella Artois, la belga “Estelita” como le dice mi yerno Carlos Reyes. Yo generoso también, le había donado una de mis botellas de Santa Teresa, Gran Reserva y tanta emoción le dio que me sacó la de Ron Maestro Gabo Reserva Especial que le había regalado el arquitecto urbanista colombo suizo Germán Roberto Zwinggi Granados en su cumpleaños 70.

Mis lluvias salivares, la locura de mis papilas gustativas en boca hecha agua, en sueño de ron de bodegas de añejamiento, con siembras de 12, 17 y 30 años que «evocan la magia del Caribe y recogen la inspiración del escritor colombiano más reconocido en el mundo”, fue un verdadero paroxismo.

Pero ver aquella botella virga que mi amigo me ofrendaba, tal vez sabiendo que yo tenía un plomo en el ala, en lo que siempre creí que adolecía de un ensayo general del Corona virus, los síntomas eran casi igualitos, una tos que me estremeció la musculatura pectoral y abdominal, aunque mis esputos eran blancos y casi nada de fiebre, y a pesar de fugarme del hospital de Suba, donde me atendieron, con ganas de dejarme hospitalizado, recordé mis ojeras moradas en el momentos de las nebulizaciones, rodeados de enfermos en aquella emergencia. De pana que no me atreví. Y pelé beber el único ron que se me ha salvado en mi vida. No me atreví.

La noticia fue que la empresa Licores de Antioquia fabricó un ron especial en homenaje a Gabriel García Márquez, de color caoba, con notas dulces a vainilla y fruta, combinados con notas de frutos secos, especias y tabaco. Las ganancias que arroje el fino licor serán destinadas a programas del Instituto de Patrimonio y Cultura de Antioquia, el Museo de Antioquia y a la Fundación Gabriel García Márquez para el nuevo periodismo iberoamericano (FNPI).
Maestro Gabo en tiempo de bolero

A estas alturas ya hemos perfilado esta crónica del periodismo sentimental, siempre opacado por los otros periodismos, los inmediatos del día a día y los inmediaticos que corroen las células madres de la capacidad de percibir lo que ciertamente ocurre. Y ocurre que todos sufren o gozan el amor, incluido este que está aquí, a quién ya no quiere nadie. Ese es el tema de esta historia que ya cogió su rumbo. Lo único que nos quedaba por coger jajaja.

La vida me pasó factura por ser un delincuente sentimental irredento, y la condena que me da la sociedad, -Daniel Santos dixit-, es la de tratar de soliviantar el dolor de amor ajeno (y propio). Esa es la que va y ha venido viniendo. Mi amigo Rodrigo Riera decía: Humberto, no es como quién va, es cómo quién viene.

El bolero es la historia de uno mismo, -seguro que ya lo he dicho o tal vez me copié de alguien-, es un cancionero biográfico que se nos inocula desde el vientre materno y se sublima en ese amamantamiento que no cesará jamás, es el cante originario que va de labio en labio, es la trova de la vida que nos va plasmando a su imagen y semejanza. Por eso no ha de extrañarnos que el bolero anide también en los jóvenes, no por casualidad fueron amamantados con boleros por sus madres y abuelas.

El bolero, canto de cuna y cama . Es un delicioso ensayo de José Balza, en su versión original conferencia dictada en las “Conferrumbas” en Caracas 1995, pero que llegó a mis manos en su edición del 2002, colección letras de las ediciones de la Biblioteca de la UCV. Balza arranca diciendo que “Toda persona que hable de amor a su amor lo hace con letra de bolero”, y es tan certera esa línea que cuando uno le habla de amor a un amor, ya eso es un bolero así no la canté nadie o ni exista.

Todas las bobadas que uno dice enamorado son poesía y bolero también, así no pasen los cánones necesarios para su publicación. Esas son cositas bellas que quedan grabadas en el alma de los enamorados y eso nadie lo puede cambiar. Un poquito más allá, Balza es categórico: “No son versos las letras del bolero, aunque muchos bellos versos se cuelan ahí: los autores no han buscado la creación metafórica sino la intensidad expresa, comunicante”. Y no solo que se cuelan, sino que mucho poema ha sido bolero y viceversa.

Un bolero, -dijo García Márquez-, es algo que yo admiro muchísimo, expresa sentimientos y situaciones que a mí me conmueven y que sé que a muchísima gente de mi generación conmovió. Un bolero puede hacer que los enamorados se quieran más y a mí me basta para querer hacer un bolero. Lograr que los enamorados se quieran más, aunque sea un momentico, es culturalmente importante, y si es culturalmente importante es revolucionario.

Gabo decía que “El amor en los tiempos del cólera” era un bolero de 380 páginas. Pero dejemos a Gabito, porque esa fue una columna para él solito.
Gabo, el bigote que escribía

El Gabo fue fanático del bolero y mucho se ha escrito de su admiración por “El bigote que canta”, Bienvenido Granda cantante cubano de la Sonora Matancera, tanta que se dejó el bigote parecido como un homenaje y en Estocolmo 1982, dijo que por fin hay un Nobel a quien le guste Bienvenido Granda. Sin embargo, murió sin poder escribir la letra de un bolero, aunque siempre decía que “La Cólera” era un bolero de 380 páginas, ‘Cien años de soledad’ un vallenato de 450 y que ‘El otoño del patriarca’ lo escribió con la estructura de un concierto de Bela Bartok, porque era lo que escuchaba mientras lo escribía. Su intención se vio frustrada a pesar de pasar un año con Armando Manzanero encerrado en estudios y bares para tratar de escribir un bolero y algo parecido con Silvio Rodríguez en La Habana, pero no le salió.

No por eso dejaba de cantarlos al fragor de las copas y hasta podríamos inducir que se levantó a Mercedes Barcha por inspiración de boleros. Cuenta el periodista Raúl Rivero que lo escuchó cantar ‘Usted’ en un cabaret de Santo Domingo, en el verano del 79. Lo acompañó un conjunto local, un ventetú, el locutor lo presentó como el cantante colombiano Gabriel García. “Al final, lo aplaudieron hasta la locura el poeta Pedro Mir, el ensayista Manuel Maldonado Denis y otros intelectuales que estaban en su mesa. El público, que nunca identificó al bolerista con el escritor, lo despidió con una armoniosa mezcla de indiferencia y abucheos”.

En su novela “Memoria de mis putas tristes” comenta el personaje principal: “Rosa Cabarcas tomó aire: El bolero es la vida”. Y en “Vivir para contarla” recuerda una noche barranquillera, seguramente con Álvaro Cepeda Samudio: “Bailamos la serie del Mambo número 5 de Dámaso Pérez Prado. Con el aliento que me sobró me apoderé de las maracas en la tarima del conjunto tropical y canté al hilo más de una hora de boleros de Daniel Santos, Agustín Lara y Bienvenido Granda. A medida que cantaba me sentía redimido por una brisa de liberación”.

Existe la versión que cantaba boleros en L’Scale de París acompañado por Jesús Soto, pero me extraña que Soto no me lo haya contado después de innumerables noches y dos discos grabados con Rodrigo Riera. No obstante, vaya su testimonio por delante: “En L´Escale nos reuníamos no para consumir, sino para cantar y ganar algo. Cantábamos canciones mexicanas y boleros cubanos. Yo ganaba por noches unos francos con lo que iba agarrando algo”. Alfredo Lam lo certifica… cantaba a dúo con el pintor Jesús Soto un repertorio de rancheras y boleros.

Por Humberto Marquez

Periodista, Escritor, Poeta y Amante del Buen Ron

                                 Ilustración: Julietnys Rodriguez

 

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